TODO TIEMPO PASADO… ¿QUÉ?

LAURA MARCELA SERRANO VECINO
Estudiante Colegio San Pedro
Publicado en EL FRENTE, Mayo 02 de 2009

Me cuenta mi abuelo que hubo una época en la que los niños eran felices de serlo, los viejos querían vivir más y los jóvenes anhelaban madurar. Me dice que ahora ve con tristeza lo que queda de aquellos tiempos: nada o muy poco.

Es que mi abuelo es un ser de aquellos que antaño gozaron la vida y hoy sienten la desolación de una sociedad en la que se han diluido aquellos valores que le infundieron y se volvieron los grandes tesoros de su vida: la honradez, la valentía, el honor, el compromiso de la palabra y la libertad. Mi abuelo dice que no es él de quien se preocupa, sino de mi y sus otros veinte nietos que hemos resultado gravemente afectados por esta sociedad que se vanagloria de una “nueva era” que nada nuevo ha traído.

Abuelos como el mio, hay miles, en los que sus ojos ya no reflejan sabiduría sino nostalgia al recordar esos días en los que la gente valoraba su espíritu humano y que ahora hemos olvidado. Ya ni siquiera reconocemos como parte de nuestra naturaleza la necesidad de interactuar con otras personas; ahora se prefiere recurrir a seres anónimos y distantes a través de medios virtuales, donde no existe el contacto personal y todos se aferran a sus mascaras. Hemos logrado un mundo frio, ausente de calidez humana, haciéndonos cada vez personas vacías que estúpidamente nos dejamos maravillar por nuevos aparatos que lo unico que hacen por nosotros es alejarnos social, cultural y afectivamente de todo lo que observamos y que alguna vez nos perteneció.

Podría refutarle a mi abuelo su argumento, si digo que los tiempos han cambiado. Pero entonces pienso si al igual que los tiempos y la tecnología nosotros también estamos evolucionando, o simplemente estamos cayendo en un retroceso intelectual y cultural a pasos gigantescos. Un claro ejemplo: la mujer era una figura enaltecida de belleza y de honor, símbolo de maternidad y afecto, ahora se ha reemplazado por una mera representación sexual. Parece que se nos está acabando el pudor, pues a diferencia de nuestros antecesores, nosotros no entendemos el verdadero sentido del amor y la entrega, nos hace falta sentir para saber reconocer el amor como un acto sagrado y completamente divino de amor, y no como una trivialidad más, parte del mundo vacio y vanal que somos ahora.

Mi abuelo aún se reune con sus amigos a hablar un rato, hablan y hablan, porque para ellos la palabra todavía tiene sentido, porque en el mundo en el que crecieron les enseñaron lo que a nosotros mayor falta nos hace, y es que el compromiso que se hace con la palabra, es una promesa del alma.

Ya no encuentro más motivos para refutarle a mi abuelo de que ahora es mejor que antes, pues en este momento desearía haber vivido en su tiempo, hablando poco y escuchando más, porque probablemente habría aprendido que la fortaleza de las palabras cuando son dichas con seguridad y razón penetran el alma.

Sin embargo soy joven y me aferro a pensar que aún estamos a tiempo de revertir esta masacre de la vida y la cultura, que seremos capaces de restaurar las grietas que nosotros mismos hemos abierto en el corazón de nuestra historia, porque tenemos lo necesario, una voz fuerte y decidida, y aunque nos falte llenarla de convicciones, nuestros ideales son amplios y debemos estar dispuestos a todo por ellos, mientras tengamos la fortaleza suficiente para hacer del planeta nuestro hogar.

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