A PROPÓSITO DE MARTÍN Y LULÚALVARO VECINO PICO

Martín y Lulú son un par de mascotas. El es un macho, de raza Samoyedo, comprado en una veterinaria, con pedigrí y alimentado desde pequeño con concentrado de la más refinada marca. Lulú en cambio, es una perra sin raza, en el decir popular es criolla. La recogí muy cachorra de una bolsa de basura en la calle; sus primeros años comía sobras de comida, ahora ya come alimento concentrado. Al fin de cuentas ambos son perros y los trato igual.

Los perros son una buena compañía y el pretexto para salir a caminar todos los días. No soy de esos amos que humanizan a sus mascotas; es decir no les hablo como si pretendiera un entendimiento con ellos, se que son animales y que tienen un comportamiento que se puede condicionar o amaestrar para que obedezcan las ordenes de su amo. Pues bien, como un ciudadano consciente de que la mejor convivencia empieza por asumir nuestra responsabilidad social como vecinos, siempre me aprovisiono de bolsas para recoger los desechos de los perros, práctica que deberían seguir muchos dueños de mascotas, pero ¿por qué no lo hacen? Quizá porque no están educados en convivencia ciudadana o quizá porque no tienen sentido de pertenencia con el barrio y la ciudad o porque así manifiestan el desprecio hacia sus vecinos o quizá porque les da pereza caminar largos trayectos con el popó del perro en sus manos.

Personalmente no me molesta recoger los desechos de mis perros, me molesta más no encontrar un lugar donde botarlos. En mi barrio, la floresta, hay que caminar cuadras y cuadras y no se encuentran canecas de basura, solo hay una al frente del CAI de terrazas, si no se alcanza a llegar a allí hay que deambular por todo el barrio con la bolsita en las manos hasta llegar a casa.

Por esta razón no le encuentro sentido a que de manera permanente los funcionarios y autoridades municipales amenacen diariamente con multas y sanciones a quienes no cumplan con protocolos de limpieza, cuidado ambiental y cumplimiento de normas, pues se entiende que es imposible exigir educación ciudadana si las personas no cuentan con los elementos mínimos para ello.

Por eso antes de imponer multas y sanciones, y ante la evidente ausencia de una política de cultura ciudadana, la administración municipal debería comenzar por dotar a la ciudad de suficiente mobiliario urbano acorde a nuestras demandas: pintar cebras, arreglar los puentes peatonales, instalar banquetas en los parques, paraderos de buses, colocar canecas para la basura y después si, realizar campañas educativas acordes a la necesidades y cultura locales.

Como sé que esto no sucederá en esta administración, seguiré paseando con Martín y Lulú, teniendo cuidado de no pisar el popó de perro que otros dueños no recogen y llevando en mi mano las bolsitas que me recuerdan que la llamada cultura ciudadana no es un embeleco de gente desocupada, sino el pilar de la buena convivencia.

¿BURROS?¡

No sea burro!, ¡está en rojo!, ¡cruce por la cebra! Estas son algunas de las expresiones que varios actores les decían ayer a todos los peatones que irrespetaron las normas viales en el centro. Todo hizo parte de una campaña de sensibilización, promovida por la Secretaría de Desarrollo Social, en colaboración con el Instituto Municipal de Cultura. (Noticia publicada en un diario local el pasado 8 de julio en la sección de Bucaramanga)

Dado el alto grado de indignación que me produce esta noticia escribo este artículo esperando que el alcalde de Bucaramanga y sus funcionarios rectifiquen el camino y sobre todo se disculpen con los ciudadanos que necesitan educación - no insultos.

Desde mediados de la década de los 80 del siglo pasado, las reflexiones en el ámbito educativo cuestionaron aquel modelo pedagógico conductista, centrado en la figura del maestro y el poder de la enseñanza. Según ese modelo educativo el profesor (poseedor de la verdad) enseñaba a sus a sus alumnos una pila de conocimientos mediante un método probado científicamente según el cual, en condiciones normales, el alumno debía aprender si no lo hacia sencillamente se le declaraba como bruto y, para mofa de todos, se le paraba en un rincón con orejas de Burro.

Por fortuna eso quedo en el pasado y la pedagogía ha centrado la mirada en el estudiante como sujeto inteligente y comunicativo, capaz de construir aprendizajes según sus propios pre-saberes y mediante procesos de mediación y acompañamiento de un nuevo maestro. Este giro en la acción pedagógica ha servido de inspiración para los procesos de la llamada educación popular y la educación de adultos: la Andragogía.

De otro lado, hay que recordar que la mayoría de nuestros centros urbanos se han formado mediante procesos migratorios de gran escala del campo a la ciudad, especialmente por la violencia armada de los años cincuenta y posteriormente por efecto del desplazamiento forzado. Esto significa que nuestras ciudades no solo han crecido de manera acelerada y con poca planeación, sino que en su propio ritmo los ciudadanos han visto surgir edificios y avenidas pero poco se les ha ayudado a aprender a convivir con ese entorno, por esta razón antes de descalificar a alguien por ignorar una norma o no saber interpretar los símbolos de la ciudad, hay que ayudarle a aprender la norma, eso se conoce con el nombre de socialización, es decir “ el proceso mediante el cual los individuos pertenecientes a una sociedad o cultura aprenden e interiorizan un conjunto de normas, valores y formas de percibir la realidad, que los dotan de las capacidades necesarias para desempeñarse satisfactoriamente en la interacción social. El individuo no nace miembro de una sociedad, sino que es inducido a participar en ella a través de la internalización de sus normas.

”Entonces pregunto ¿Será que el conocimiento de nuestra realidad y los avances en la reflexión pedagógica no están al alcance de quienes diseñaron y aprobaron ese proyecto de “cultura ciudadana” o es que simplemente son Burros?

Adendo: Bucaramanga no requiere ser una ciudad bonita solo por el bicentenario, ese debe ser su estado permanente.

COLOR ESPERANZA

ALVARO VECINO PICO
alvaro.vecino@gmail.com

Durante los años en que he estado vinculado a procesos de formación ciudadana, promoviendo la participación, la convivencia y el control social a la gestión pública, me queda claro que todos los ciudadanos quieren que los recursos públicos se inviertan de manera eficiente y transparente en las obras y programas que son para su beneficio; pero también queda claro que la mayoría acepta, con resignación, que en el proceso de contratación siempre hay una “mordida” para algún funcionario o el intermediario que hizo posible el contrato.

La tolerancia o indiferencia con la corrupción ha sido una constante en la cultura política de los colombianos, pues pareciera que esto es un mal que tiene contaminado toda la estructura social, que se ha desbordado del ámbito de lo público hacia sectores de la economía privada y las relaciones sociales en general, expresado en lo que llaman la ‘cultura del atajo’.

En este panorama la lucha contra la corrupción ha sido un esfuerzo infructuoso, un caballo de batalla que ‘no vende’, una situación que hay que ‘dejar así’. Por esta razón muchos ciudadanos y especialmente los jóvenes no creen en la Política a la que consideran un escenario de negociaciones oscuras y a los políticos como mercaderes de puestos y contratos.

Sin embargo, la puesta en escena de una propuesta basada en la legalidad y la idea de que los recursos públicos son sagrados, ha sido un llamado a la puerta de la sensatez, una invitación a la reflexión sobre una forma de hacer política de manera franca, directa y sin maquinarias, que en pocos días ha crecido de manera exponencial.

Hoy, la idea de un gobierno eficiente, que dé garantías de transparencia en la contratación pública y de rectitud en el comportamiento de sus funcionarios, ha despertado la ilusión de millones de jóvenes y el inconformismo de los mayores quienes durante toda su vida han sido engañados y defraudados en cada proceso electoral.

Hoy Colombia reverdece, nuevos pastos crecen en el jardín de la política y el ciudadano empoderado hará las veces de jardinero: cortando la maleza para que surja la nueva flor.

POR LA EQUIDAD

Publicado en El Tiempo

La noticia sobre un empresario que asesinó a su esposa por "celos" puso nuevamente en el panorama noticioso esta triste realidad de la violencia contra las mujeres. Un hecho común, pero invisible, que solo sale a luz pública de cuando en cuando, especialmente cuando la víctima es una mujer de los llamados estratos altos de la sociedad. Sin embargo, este es el pan de cada día de millones de mujeres en la geografía nacional.

¿Qué hacer para superar esta forma de violencia que de manera anónima nos empobrece, frena nuestro desarrollo como seres humanos y deja en evidencia a los hombres como seres de una especie primitiva, incapaces de desarrollar acciones o de hacer uso del lenguaje (pues en ambos casos se necesita la razón), y que solo tienen comportamientos (reacciones a algún estímulo interno o externo) en función de los instintos más primitivos, que son aprovechados por los abogados para demostrar algún tipo de desorden mental (en parte cierto)? Sin embargo, esta no debe ser una disculpa para no aplicarles la ley sino, por el contario, debe ser el principal argumento; pues lo que la ley debe sancionarles a estos individuos es su incapacidad de hacer uso de la inteligencia, de la cual la naturaleza los ha dotado.

Durante mucho tiempo se pensó que lo humano era simplemente la subordinación de las emociones al imperio de la razón (y específicamente de una racionalidad técnica-instrumental), lo que en la perspectiva del machismo se tradujo en la demostración de la fuerza y la supresión de emociones y sentimientos; lo que tradujo esta situación a que, en su trato con la mujer, el hombre estableciera una relación de poder donde él se quedaba con el rol de sujeto dominante. Además, la cultura y el sistema económico contribuyeron a fortalecer estos modelos al exaltar la figura masculina como gran proveedor del hogar, padre ausente y castigador, bastión del sistema económico social; y a la mujer, como apéndice del hombre, primera en la escala de subordinados.

Por fortuna, las cosas han ido cambiado, poco a poco, las mujeres ganan espacio en muchas esferas, otrora exclusivas para el género masculino (sabemos que la estructura social es un producto de la cultura, no de la naturaleza). Pero la desigualdad, que finalmente sigue manteniendo a las mujeres en un plano secundario, es un asunto del modelo de pensamiento, de la forma como aprehendemos el mundo. Es cierto que ahora consideramos que el sentido de lo humano es una combinación equilibrada de raciocinio y emotividad (unos hablan de inteligencia emocional), pero aún falta mucho por hacer. Requerimos un desarrollo epistemológico que nos permita (a los seres humanos) alcanzar niveles de comprensión sobre la dinámica yo-tú entre hombres y mujeres, diferentes de las relaciones que impone el sistema económico.

El cambio de paradigma en la forma de pensamiento requiere acciones más allá de la imposición de leyes (que hoy son necesarias), mediante investigaciones rigurosas y procesos educativos que nos muestren el valor de la mujer y de una masculinidad no machista, que nos muestren el camino del buen trato en la convivencia cotidiana. En este propósito, los santandereanos (cultura machista ejemplar en Colombia) tenemos la fortuna de contar con el programa 'Lente de Género', que realiza la Gobernación de Santander con la Fundación Mujer y Futuro y la Universidad Autónoma de Bucaramanga. Es una iniciativa que requiere todo el apoyo de la sociedad santandereana, y ojalá otras iniciativas, como las redes del Buen Trato, se pudieran vincular a este propósito, a ver si un día la relación entre hombres y mujeres es realmente la representación de la complementariedad.