LA CIUDAD QUE QUEREMOS

Me dice un amigo que le gustaría caminar en las mañanas, con su perro, y poder botar sus desechos en alguna caneca de basura; pero a pesar de que camina cuadras y cuadras, no encuentra una. El cree que por eso muchos prefieren dejar la suciedad de su perro en el camino y botar las bolsas de caramelos y pasabocas entre el monte, que a su vez es aprovechado por delincuentes para ocultarse y agredir algún transeúnte. Todo esto ocurre en el barrio la Floresta, en los alrededores del parque la Flora, donde además -dentro de él- han atracado a varias personas, a pesar de que en una de sus esquinas hay un CAI. Claro, mi amigo sabe que eso también pasa en otros barrios y lugares más transitados de la ciudad.

Me dice una amiga que le gustaría caminar por los andenes sin temor a pisar algún mendigo, a no tropezar con algún desplazado que con esposa e hijos pide la caridad de los transeúntes, o de no ser atropellada por algún carro o moto cuando tiene que bajarse del andén para esquivar algún vendedor ambulante. Todo esto pasa cada vez que va al centro y debe caminar por la calle 36 o cualquier carrera desde la 10 hasta la 27, eso para no hablar de Quebrada seca y otros sectores de la ciudad.

Me dice mi amigo que le encantaría cruzar tranquilo por la cebras, si las hubiera, y si los conductores de buses, taxis, motos y carros particulares supieran que ese espacio es para el peatón. Mi amigo también quisiera subirse en bus sin arriesgar la vida, porque la bahía se ha vuelto un parqueadero de motos o porque los conductores paran en todas partes menos en el paradero señalado.

Me dice mi amiga que también quisiera que cuando sus amigos de otras ciudades o países vengan a visitarla y le pregunten por qué a Bucaramanga le dicen –aun- “la ciudad de los parques” o “la ciudad bonita”, no tenga que hacer malabares argumentativos para decir que esa fue una época pero que las cosas han cambiado, etc. Dice que les gustaría llevarlos a algún parque que este en buenas condiciones y no con las losas rotas, lleno de mendigos, desplazados, con malos olores y estética deplorable.

Amigos y amigas quisieran que Metrolínea empiece a funcionar en el tiempo que han señalado, pero les da algo de temor al observar que aun no se desarrollan programas de formación ciudadana para que las personas comprendan que es necesario comenzar a generar nuevos hábitos en la forma de relacionarse con la ciudad y con sus conciudadanos para lograr una verdadera convivencia ciudadana.

Yo también quisiera una ciudad en la que su dinámica social fuera paralela a su dinámica urbanista. Es decir, con un teatro pero con gente amante de las artes; con puentes y corredores viales con conductores que respetan las señales de tránsito y a los peatones; motociclistas que transitan con alguna regulación y no en el zig-zag permanente que provocan tantos accidentes; una ciudad con espíritu empresarial pero con responsabilidad social; una ciudad para la gente y no para los carros; en ultimas, una ciudad vista como espacio para la Convivencia Humana y no como una sumatoria de casas, edificios y calles. Eso les digo a mi amigo y a mi amiga.

AL PUEBLO NUNCA LE TOCA

Después de once años el cabo Moncayo sigue secuestrado en algún lugar de la selva, donde se ha consumido su juventud. Los años veinte de su vida que debieron ser sus ‘años locos’, como los de cualquier joven, son para este servidor de la Patria un amargo recuerdo de humillaciones, privaciones y esperanzas frustradas.

Es cierto que las FARC nunca debieron secuestrar al cabo Moncayo, pero en esa lógica las autodefensas nunca debieron asesinar a miles de colombianos y enterrarlos en fosas comunes; tampoco el Ejercito debió desaparecer jóvenes en las afueras de Bogotá y otras regiones del país para hacerlos pasar por guerrilleros para presentar ‘Positivos-falsos’ de la seguridad democrática; tampoco debería haber más de cuatro millones de personas desplazadas de su tierra -de manera forzosa- para ir a mendigar a las ciudades; tampoco algunos políticos debieron hacer alianzas con los paramilitares y narcotraficantes; tampoco deberían existir victimas de minas antipersonas porque la guerrilla y los narcotraficantes nunca debieron sembrarlas para proteger sus cultivos de coca; tampoco debieron venderse congresistas para dar su voto a favor de la reelección; tampoco debería haberse ‘chuzado’ los teléfonos de personajes de la clase política y de periodistas; y así por el estilo podaríamos enumerar un listado interminable de acciones que no deberían ocurrir en una sociedad democrática y en el marco del Estado Social de Derecho, pero que desafortunadamente ocurren porque el Estado es débil, la democracia inmadura y el país sub-desarrollado.

Otra parte del argumento, para no propiciar la liberación del cabo Moncayo es que no se puede permitir que esas liberaciones 'gota a gota' se utilicen como una estrategia de propaganda política del terrorismo. Pero el terrorismo no necesita que nadie le haga propaganda, ellos se promocionan por si solos sembrando el terror, poniendo bombas y secuestrando como han hecho con el concejal del municipio de Garzón en el Huila.

Es curioso que para la liberación de los políticos secuestrados no solo se permitió la mediación de la senadora Piedad Córdoba, sino que también se aceptó la ayuda de gobiernos extranjeros y en su momento del grupo de ‘Colombianos por la paz’. Pero ahora, que es un simple soldado, humilde, sin ningún poder militar porque esta en lo más bajo de la escala de mando, ni poder político, ni mucho menos económico porque hace parte de la gran masa de pobres de este país, de repente se considere que es parte de un show político que beneficia a los terroristas de las FARC. Y si así fuera, acaso después de siete años de seguridad democrática el Estado no es lo suficientemente fuerte para soportar un acto de esa calaña? ¿Acaso con las liberaciones anteriores se puso en riesgo la institucionalidad?

Ninguno de los espectáculos que se montaron en cada una de las liberaciones anteriores mejoró la percepción que los colombianos tenemos de la guerrilla, ni subió la popularidad de Piedad Córdoba; ni siquiera el éxito de la operación jaque – y su gran despliegue mediático- le dio popularidad suficiente al entonces ministro de defensa para ser hoy un candidato firme a la presidencia de la República. Entonces ¿por qué la resistencia a la liberación de un colombiano que cayó en manos de la guerrilla mientras le prestaba un servicio a la Patria?

Definitivamente, aunque el tiempo pasa y los discursos cambian parece que, como dice el libro de Alvaro Salóm Becerra, definitivamente “al pueblo nunca le toca”.

¿QUIEN SIRVE A QUIEN?

La idea de elegir personas a corporaciones públicas –servidores públicos- es que el ciudadano tenga la garantía de que sus impuestos se revierten en mejores condiciones de vida, en su entorno más próximo, hasta el ámbito local y regional. En otras palabras, que dado que el pago de impuestos garantiza el salario de los funcionarios públicos, la gasolina de los carros que se les destinan, los escoltas y hasta su manutención en ocasiones especiales, mediante los llamados gastos de representación, en consecuencia realicen una labor inteligente y eficaz a favor de la sociedad y que sea palpable en el transcurrir de la vida cotidiana de las personas.

Sin embargo, la realidad nos muestra otra cosa: funcionarios públicos que carecen de amabilidad con el ciudadano y por el contrario lo agraden al tratarlo con desdén y desaire; calles sucias, sin mobiliario urbano adecuado para mantenerla limpia (sin canecas de basura ni baños públicos); calles, parques y sitios inseguros, donde esta vetado pasar en algunas horas del día y de la noche y donde el riesgo corre por cuenta del ciudadano (aún cuando existe un CAI en las esquinas de esos barrios o parques); congestión y desorden vial con carros y buses que paran donde quieren y pasajeros que suben y bajan arriesgando sus vidas; calles atestadas de vendedores ambulantes donde se camuflan rateros, jíbaros y prostitutas; parques abandonados, convertidos en baños públicos y sitios para el mercadeo sexual; carros que contaminan más allá de lo permitido, excremento de perros por doquier, motos que van y vienen sin ningún tipo de control; en síntesis: caos, desorden y anarquía, y en medio de este crudo panorama ¿Qué están haciendo los servidores públicos?

No es justo que para que una persona o comunidad pueda satisfacer una necesidad o solucionar algún problema que le afecta de manera dramática su calidad de vida, tenga que suplicar y rogar para ser atendida o tenida en cuenta o si no la responsabilidad por las consecuencias que pueda tener son suyas, por no haber hecho ‘la gestión’ ante la administración o por no tener una ‘palanca’.

No es justo que las pequeñas obras de los barrios y la inclusión en programas de bienestar de niños, madres comunitarias o ancianos, dependan de la ‘buena gestión’ de un concejal, secretario de despacho o asesor del alcalde o gobernador, como si su actuación fuese un favor personal, aunque se sabe que después pasará cuenta de cobro en tiempos electorales.

No es justo que sean las empresas privadas, las ong’s y algunos grupos de ciudadanos, quienes constantemente estén estudiando, investigando y proponiendo acciones para tener una ciudad más limpia, segura, culta y competitiva, mientras que quienes tienen El Poder –y la obligación- de decidir, deambulan por las calles de la indiferencia sin decidirse a ejecutar planes, programas y proyectos obedeciendo a un modelo de ciudad y de Desarrollo, donde el centro de su acción sea la persona, y mejor se dediquen a hacer obras de cemento pensando en su inmortalidad y malgastando los recursos de cultura ciudadana y desarrollo social en proyectos insignificantes y programas asistencialitas que no dejan ningún impacto positivo en la calidad de vida y solo generan más pobreza y dependencia.

Son muchas las voces desde la academia, la empresa privada y las organizaciones sociales y comunitarias que reclaman a los servidores públicos que atiendan los asuntos públicos y le sirvan al público, para que los ciudadanos puedan dedicarse a disfrutar la ciudad, caminado tranquilamente por los andenes, jugando y charlando en parques limpios y seguros, entreteniéndose con los artistas callejeros y sobre todo consolidando el espíritu de la convivencia pacifica.